Francisco era un joven afanoso tallista que heredo el taller de Andrés Cansino, casado con Teresa que también llego
como el taller por medio de su maestro, y que habiéndose quedado muy joven huérfano
lo cogió como aprendiz, la vida le había criado con poco apego y vividor
desconsolado, aunque su taller cerca de la calle castellar muy humilde al igual
que su vivienda, tampoco era del agrado de este escultor de Utrera que tuvo que
marchar a la Sevilla en el XVII en busca de fortuna y buena vida, pero que solo
encontró madera y gubias viejas.
Busco incansable algo de inspiración en unos y otros
escultores y pintores como su amigo Juan y en su pintura sobre alegorías, pero
distantemente a él, Juan de Valdés venia de una familia de plateros cordobeses
y no precisamente de la pillería de la hambruna de aquella Sevilla de tunantes
y picaros, por las calles que daban a la antigua muralla y que Francisco conocía
bastante bien.
Francisco visitaba con frecuencia cierta Taberna risueña con fama
adquirida de sus riñas por amores entre señoritos cortesanos y nobles o por
cuestión en suertes de dados, naipes y fortuna de fácil crecimientos y de más
pronta perdidas, ubicada en la zona del arrabal junto al antiguo postigo del
aceite camino de la rivera del río justo por donde los toneleros tenían sus almacenes.
Acostumbrada era la noche que en dichas riñas, la muerte por
lances con floretes y ajustes de cuentas hubiera o hubiese según marchara la
madruga, o que la partida en cuestión no fuere del agrado del incauto y sin
suerte noble. Allí trabajaba Salome, era un trianera guapa, encarada y bien
parecida de cabello luminoso, negro cetrino, aterciopelado, largo que reposaban
en unos hombros firmes, dorados por el sol, de ojos rasgados casi almendrados
pero grandes e iluminados, de cuerpo sinuoso y finas curvas que dejaba entrever tras
aquellos ropajes una sugerente figura de mujer andaluza. Era cortejada noche si
y madrugada también por un señorito, Conde en cuestión que vivía en un palacete
de la zona cercana a la Puerta en dirección a Carmona donde los caños traían
torrenteras de aguas en el invierno y era camino obligado al templete de la
Cruz del Campo.
También era frecuentada aquella taberna por Evaristo un
gitano muy servicial del charco de la pava, que descargaba galeones en el
muelle de la dársena pero no de sus sacos y si sus riquezas, que por pillo era más
conocido, junto por su enjundia y atractivo que derrochaba fama de buen amante en
la zona de baños y puerta de Triana. Era bastante hábil con los amores y también
con el florete, quizás demasiado impulsivo y pendenciero al cual las justas le
eran de suerte y algún que otro alguacil le tenía echado el hambre y las ganas
de acabar con tanto gallo para tampoco corral de la zona. Evaristo pretendía
noche tras noche agradar a Salome la Trianera sin suerte alguna, con promesas
entre cantes de tejares, relatos de la cava y amores que huelen a hierbabuena y
romero, duro rival en el joven Conde encontró… pero la suerte de Evaristo
cambio una buena noche, aquel gitano enamorado de una trianera descubrió tras
la confesión de un vieja castellana que Salome no podría ser suya puesto que
era una hermana de padre, que tuvo descendencia con una alfarera hacia ya
veintiuna primaveras, la vieja gitana castellana le indico que era mejor para
Salome que siguiera cortejada por el Noble y no por el gitano.
Aquella noche Evaristo apodado el Cachorro entre los gitanos
castellanos de la zona, cruzo el puente de barcas sobre el Guadalquivir que es río y amante de dos hermanas, dispuesto a confesar a Salome que su amor
imposible de sangre era y no de pasión negada por ella.
Aquel joven esbelto moreno y cale, justo antes de entrar en
la Taberna Vela, encontró a traición el frió acero del florete de un Conde
sevillano que también entendió como propiedad aquella Trianera que pago con
monedas las ganas de ciertos alguaciles y su beneplácito para dar caza aquel
gallo en corral ajeno, sin previo aviso descargo una estocada mortal sobre el
vientre de aquel gitano, oculto tras la sombras de la noche y con la tenue luz de
unas viejas lámparas de aceite, otra descarga sobre el brazo derecho hizo que el Cachorro
apoyara su brazo herido en la pared blanca de cal tiñendo de rojo carmesí y no
de pasión, cinco descargas del frío acero más obtuvo sin alegato alguno, al
amparo de la noche y sin defensa, las palabras no tuvieron ninguna invitación
en aquella riña.
Aquel gitano apoyado y sangrando sobre la puerta de la venta,
no hizo más que marcar a los pobres testigos de tanta vida marchando en el hilo
de aire que buscaba una esperanza, el Cachorro abrió sus brazos heridos
buscando ese hilo de aire, una mirada perdida de muerte mirando al cielo, perdida
hacia la espadaña del templo metropolitano, al fin y al cabo perdida por la muerte, uno de aquellos testigos en la
misma puerta de la Taberna corrió a socorrer al joven gitano que en una sola
noche su amor de pasión se convirtió en fraternal de hermana y su muerte le
vino en el candor de una vida marcada por las venganzas, Francisco asistió al
golpe que da la vida a marca de acero toledano y sin remedio de defensión, Francisco
manchado de aquella sangre del gitano y con la vista puesta en aquel suspiro de
amor o suspiro a la muerte pidiendo un segundo más de aire, Francisco hayo la
inspiración en aquella expiración, que cruel es la vida y que bella dulzura
tiene la muerte, que vida la de aquella muerte...
Si alguna vez quieres ver la
cara de ese gitano morir eternamente, Francisco te lo mostró, pero no lo
busques en la leyenda, háyalo en la antigua calle que daba a la residencia de
los gitanos castellanos, búscalo al final de castilla, donde los tejares se
funden con la puesta de sol que se esconde en una atalaya del aljarafe que
sirve de refugio a la leyenda y llámalo por el cachorro que seguro que dios te
ilumina su camino y que volverá a cruzar el puente expirando nuevamente en
busca de aquella espadaña, tras los ojos que une un puente entre Sevilla y
Triana.