Y miró un mar de cabezas, en su mirada perdida sólo se ve la soledad, en
sus pupilas reflejo y candor de la luz. Sus pies intentan aproximarse a la
orilla de ese inmenso mar que extrémese mi
cuerpo, con un escalofrió de pasión y temor. La sensación que tengo es que formo
parte de algo inmenso con sólo admirar sus pies en ese monte de color lirio
apagado y salado con aromas de mar. El viento apresurado cual brisa marinera
marca el camino de vuelta al arrabal. La sensación del tacto de la arena bajo
mis pies, amoldándose a mis curvas, me hace sentir que tengo raíces. Las raíces
de un árbol abandonado en su soledad ante tal multitud que necesita la
aproximación de las olas que van a morir ante él. ¿Es posible navegar ante
tanta magnitud? Sus ondulaciones, semejantes a las de los sonidos que inundan
el corazón del alba, dan la sensación de incertidumbre por lo que se va a vivir.
Cuando la emoción se apodera del mar lo exterioriza en un intento de encontrar
la paz tocando el cielo. Sus manos alcanzan lo que buscaban, el cielo, para
entonces volver a ser manso de paz y aguas de arenal fino. Pero él sabe que su
tranquilidad no es duradera, que volverá a erizarse de furia y en él se perderán
sueños, ilusiones y vidas. Y oirá los gritos anhelando su compasión pero lo
ignorará, porque él sabe que su poder reside en su magnitud, ¡Al cielo
el Rey de Triana!
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