Esta historia se inició al caer la tarde de un día de enero del año del
señor de 1.586. En aquel momento se
hallaba la familia alrededor de la lumbre del hogar, mantenido con piñas secas,
maderos robados por las torrenteras de los caños de Carmona y troncos de los
árboles tronchados por el viento que la gente depositaba en la grada sur de la
S.I.C. El patriarca de aquella familia reflejaba en sus rostro una alegría
serena, cansancio de los años y el saber que su puesto como carpintero llevaba
a casa el jornal ganado en cada minuto de un largo día; los niños reían; el
hijo mayor gallego estibador del puerto solo conocía la carga y descarga y
esperaba hueco para que su padre enseñara el oficio familiar del buen trato a
la madera, a los diecisiete años, era una imagen viva de la ciudad urbe que
ante su corta edad para hoy antaño reflejaba rostro de varón duro por el
trabajo a jornal, y la abuela con tez serena canas en los cabellos plateados
como el sagrario donde siempre iba a escuchar misa, acomodada en el mejor lugar
de la estancia, y aplicada a su remiendo, contaba a los niños inquietos hijos
menores de Pablo, una imagen repetida de la vida en los montes de orense, sólo
que en el invierno de la vida dudaba ya de su vuelta al añorado hogar. Todos
los allí reunidos habían llegado a Sevilla, para ellos el lugar más horrible de
la tierra donde el verano llega hasta octubre y el invierno se marchaba en
marzo y sin avisar, pero donde el pan abunda a las familias llegaban al igual
que el oro de las indias. La familia vivía en los aledaños de Santa María la
Blanca, donde los picaros y contrabandistas de la época acostumbraban con violencia a rematar negocios de faldas,
cartas o taberna durante los 365 días del año y llevaban en su entraña, un frío
de acero que descargaba despiadado sobre cualquiera que osara perturbar dichos
negoscios. El lugar donde la familia había construido su hogar era demasiado
caluroso, y además amenazado por un constante peligro. Pero a pesar de los
pesares Pablo carpintero de la Catedral y devoto hermano de luz de la Virgen de
la Granada. Tuvo una visita inesperada en aquella tarde ya fría, el camarlengo
del Cardenal Rodrigo Castro llamaba a su puerta…
“Pablo querido amigo” le dijo mientras caminaba por el zaguán sucio y
humilde de la vieja casa de la calle mal llamada Doncellas, sabes que su
eminencia le ha encargado al Maese Juan de Arfe una custodia, pero hemos tenido
un pequeño inconveniente y es que como sabes querido hijo, los que pertenecemos
al cabildo catedralicio estamos en unas edades algo avanzadas y no tenemos la
vitalidad necesaria que no el espíritu de poder trasladar la custodia, así que
en estos meses mientras Maese Juan
última la custodia mira a ver una solución para trasladar dicha custodia
y exponerla al pueblo…encima de su cabeza se alzaba, en efecto, un enorme peso
como una montaña tan escarpada y
agreste, que la cúspide no viera ojo humano por la proporción de su altura, ese
encargo del Cardenal le sobresaltaba en la noche, al no saber aun el peso y la
dimensión de la carga.
Pero Pablo no desistió y miraba una y
otra vez la forma de los carros de carga, pero no encontraba solución estética
y robusta para la Custodia, hasta que un día al terminar su jornada como cada
tarde Pablo esperaba a su retoño mayor embocar el postigo del aceite y así
poder desde allí marchar junto a su casa, pero esa tarde cercana ya a la
cuaresma, observo como la compañía de hijo aun portaba el saco rudimentario de
los estibadores de puerto de indias, su
formas, su altura, y la posible forma de carga ilumino por unos
instantes la cara de Pablo, cuando su hijo y la compañía llegaron a su altura…“¿Que
miras padre? Espetó el hijo que solo vio el gesto asombrado de su padre… Pablo
iluminado como profeta que va ha iniciar su sermón, le dijo enardecido y
acalorado por la iluminación… Hijo hoy visto a Dios caminando por las calles de
Sevilla…”
Lo que sigue tiene fecha y nombre, como
dijo una vez no se quien ¿? Lo siguiente es ya una historia de amor que perdura
en el tiempo y de cinco siglos en Sevilla…