En la desnudez de la noche un azulejo refleja una porción de tiempo congelada, en el barro ahogándonos en un océano de placer de poder contemplarlos, para que siempre exista una madrugada, enredados como ardientes hogueras en el horno que secó la eternidad entre llamaradas y jazmines, el barro y amor acariciaron el mar y que el adiós a la abuela y Seña Santa Ana nos devoró con el fuego del sol. Lamiéndonos como niños a caramelos, hasta el mismo pellizco que nos da el alma entre caricias de sueños, desollándonos sin piedad buscando un aire tibio entre susurros que te dejan ese billete del gozo y de la armonía camino de la estación de tu alma. Es un volcán de pasiones en el goce celestial de los infiernos del barrio que me vio nacer, te siento regodeándote feliz en mis férvidos laberintos entre el añil y el oro amarillo del albero reflejado en el mundo que hay detrás de esa infinita mirada, en la fruición en las antiguas caricias del aroma que me deja en un mágico vaivén de deseo y de amor, no me busques que no tendre nombre porque ya mi mundo no esta aquí, buscame entre arrumacos, aires, entre promesas y tejados, pagando mi deuda ahí al lado en Triana.
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