jueves, 19 de febrero de 2015

Cuarenta noches


Yo solo quería rescatar los sonidos de aquellas cuarenta noches, esos que escuchas en tu mente y en tus sentidos una y otra vez, comencé entonces a vagabundear por las calles desnudas de mis recuerdos, palpando cada instante con mis dedos y los ojos clavados en la mediocridad de la noche que intentaban soltar todas las amarras a la barcaza de aquel río.
Era un combate sin término, una lucha sin cuartel entre lo que yo le quería hurtar a la noche y lo que la noche me intentaba regalar, mi sueño ya tiene dueña, con contornos dorados y olor de azahares.
Momentáneamente tuve que abandonar mi lecho de sueños y de honor que solo los galeotes conocen para darle paso a la trasera de la noche. Qué brusquedad rompió esa paz que mis brazos abandonan ante tan bello recuerdo y entra la noche trazando el oscuro pelo de la fría madrugada de ojarazca amarrada, sosteniéndolo como entre dos nubes que flotaban en la claridad que arrastraba el día. 
Era el comienzo que no anota los nombres, la llegada de lo diferenciado con renglones y plumas que escriban, de plata fria las estrellas, con ojos verdes para la profundidad de las aguas donde la noche reposaba atrás mi Sevilla y el sueño de cuarenta noches y el hermoso despertar de un solo día.